QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Desesperado hizo girar a su rocín y al levantar la vista del suelo observó unos pasos más allá que se alzaba la figura de una mujer que corría graciosamente con los brazos abiertos a su encuentro. Vestía un ligero ropaje blanco que acentuaba la silueta en el claroscuro de la noche.

Espoleó a Rocinante que salió raudo hacia el lugar. Al llegar observó atónito que la dama de blanco se hallaba en brazos de un caballero que la envolvía con su capa y arrancaba alaridos de pasión. (Alaridos) Violo don Quijote y todo fue llegar, alzar su lanza y arremeter contra aquella figura que le robaba la pasión, quien al ver las intenciones se apartó de la mujer y tomando el chuzo que había dejado en el suelo se preparó para detener la envestida. Don Quijote se fue hacia él sin ningún miramiento sin atender a las explicaciones que su adversario le lanzaba para que desistiera de su intención.

 

AMADO.- ¡Deténgase, señor caballero! ¡Cuide sus intenciones porque puede suceder un gran infortunio si entablamos batalla! ¡Mire bien porque puede quedar maltrecho para el resto de su vida si me compromete en estas lides!

DON QUIJOTE.-No me produce desazón alguna batirme en duelo con un villano como vos que habéis intentado arrebatarme a mi señora Dulcinea. Cualquier caballero de alta alcurnia que se precie defender a una dama no puede dejar sin vengar su honor.

AMADO.- ¿De qué honor ni revientatripas estáis hablando? Esa que decís ser vuestra querida Dulcinieva no es otra que mi amada del alma que se ha reencarnado esta noche para satisfacer mis deseos.

DON QUIJOTE.- Noto en vos la incultura al mencionar el nombre de mi singular Dulcinea, no Dulcinieva como habéis pronunciado. Todo el orbe es sabedor de su existencia, menos vos. Y ello os hace merecedor de una mente simple, tal cual a los borregueros que andan por aquí yaciendo.

AMADO.- Un oficio tan digno o más que el que vos profesáis, pues de pasahambres andamos sobrados por estos páramos. Así que por el camino que habéis venido podéis regresar, caballero de pacotilla.

DON QUIJOTE.- Por la fe de caballero andante que profeso, que así como habéis menospreciado mi figura y mi profesión pagaréis cara vuestra osadía.

 

NARRADOR. Y en diciendo estas palabras no se contuvo. Lleno de rabia por el menosprecio recibido, aguijoneó a su caballo (relinchos) y se abalanzó sobre el desafiante desalmado que había puesto en evidencia su bien ganada fama. Plantole cara el hombre de la capa y antes de que don Quijote le lanzara un puyazo, éste esquivó el intento que acabó en golpe fallido. Pero fue tal el ímpetu que propició al caballo que a punto estuvo de ir a parar a las aguas de la laguna. Ello le hirvió la sangre y emplearse más a fondo, pero cuando quiso darse cuenta, su oponente ya se había escabullido (7) de su presencia. Maldijo su suerte y pregonó a grito vivo la cobardía demostrada por aquella sabandija. Mas su semblante cambió cuando la imagen de la dama de sus anhelos reapareció unos pasos más allá. Enseguida corrió a  su encuentro a ofrecerle sus respetos.

 

DON QUIJOTE.- Perdonad excelsa dama el entrometimiento de ese mentecato que intentando brindaros su amor pretendía entristecer mi alma. Ahora puedo deciros que a la luz de la luna la vuestra fermosura nada tiene que envidiar a los astros que nos iluminan, pues es tal la intensidad que brilla en vuestro rostro que apaga la fuente más luminosa de cuantas nos alumbran. ¡Cuan henchida de emoción está mi alma, mi señora Dulcinea! Sólo con ver radiante vuestro semblante, alimenta el entusiasmo de teneros entre mis brazos, pues no hay deseo mayor que anhele.

MUSA.- ¡Prendada estoy de corresponderos, mi amado caballero! Tanto lo he deseado que nunca antes había sentido ansiedad tan profunda de postrarme en el pecho de mi valeroso caballero don Quijote.

DON QUIJOTE.- No demoremos más el momento, mi fermosa Dulcinea, pues tal es el sentimiento por catar vuestro amor que se me derriten las entrañas.

MUSA.- Deseo que se cure vuestro sentimiento. Si tanto es el impulso que os oprime, habéis de tener por cierto que ésta será una noche encantada. Descended de vuestra montura y tomadme en vuestros brazos, deseosa estoy de sentir el destello de pasión que lleváis dentro y que tanto ansiáis concederme.

 

NARRADOR. Prestábase a hacerlo don Quijote cuando algo le contuvo. Un pequeño barullo de voces (voces de fondo) se dejó oír a sus espaldas y rasgó la quietud de la noche que con tanto celo guardaba  el resplandor de la luna. Lo que contemplaron los atónitos ojos de don Quijote paralizó su respiración. Lo que acababa de percibir eran gritos de su escudero confundidos entre cánticos de loanza. (Cánticos) A medida que la imagen fue haciéndose más perceptible pudo observar que un grupo de personas se acercaba hasta la laguna y Sancho con ellos. Pero su vista todavía no alcanzaba a discernir quiénes componían el grupo ni cuáles eran sus intenciones. Mas por las hechuras barruntó (9) don Quijote que aquello tenía mucho de desaliento y pronto se vería envuelto en otra aventura.  

 

DON QUIJOTE.- Permaneced aquí, mi señora Dulcinea, que presto regreso de desfacer un embrollo en el que al parecer se halla comprometido mi buen amigo Sancho.

MUSA.- Acudid presto a defender el honor de vuestro fiel escudero, mi señor justiciero, que yo permaneceré esperándoos.

DON QUIJOTE.- No será por mucho tardar, señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío. En dándoles su merecido a estos malandrines estaré con vos para fundirnos en perpetuo duelo de pasión.    

        

NARRADOR. Con ello cobró tanto ánimo que picó a  Rocinante (relinchos)  saliendo al encuentro de la comitiva. Un grupo de gentes vestidas de negro danzaban alrededor de Sancho que cabalgaba a lomos de su jumento. Pero no adoptaba una postura normal sino que había sido acoplado de manera que su cuerpo ocupaba por entero el lomo de su rucio. Atado con la cincha, estaba dispuesto tripa arriba, la cabeza en las ancas del rucio y las piernas atadas cada una de ellas al cuello del animal. Tan sólo llevaba los calzones como única prenda. Eran cinco hombres los que componían el séquito; uno llevaba agarradas las riendas y los otros cuatro, dos a cada lado del rucio, bailaban en círculo y cantaban canciones fingidas portando cada cual una tea encendida en un palo largo a modo de antorcha. Los haraposos capotes con que se cubrían les conferían un aspecto macabro capaz de impactar temor al más osado caballero. 

Cuando don Quijote fue testigo del espectáculo, las órbitas de los ojos se le expandieron de la cara. No por espetarle miedo aquellos individuos, sino por ver el estado en que era transportado su escudero. No podía soportar la mofa en la que se habían cebado y ello le produjo un primer arrebato de ataque sin más miramientos. Mas antes de emprender batalla alguna hizo de tripas corazón para preguntarles el motivo de semejante burla.

 

DON QUIJOTE.- ¡Alto, ahí, séquito de mal agüero! Decidme, ¿adónde lleváis de tal guisa a mi escudero Sancho?

DANZANTE.- Quienesquiera que seáis, caballero andante o sufridor de corazones, sabed que éste que decís ser vuestro leal escudero se ha prestado de buen grado para ofrecer su cuerpo en sacrificio a nuestra Gran Bruja.

DON QUIJOTE.- ¿Queréis decir que lo que pretendéis hacer con este alma bendita es  un rito satánico? ¡Vive Dios que tengáis la osadía de tocarle un pelo porque os ensarto a todos con mi lanza! ¡Dios os libre de llevar a cabo semejante fechoría!

DANZANTE.- No somos nosotros quienes disponemos de nuestras vidas, es la Gran Bruja satánica quien nos obliga a satisfacer sus deseos.

DON QUIJOTE.- Me temo que sois fieles servidores y participáis con ella en esos juegos diabólicos que merecen ser cortados de raíz... o de cuello. Mirad bien lo que hacéis y no toquéis a mi escudero si no queréis dejaros la vida en pago de vuestro atrevimiento.

 

 

 

DANZANTE.- ¿Cómo osáis amenazar con semejante desparpajo los ritos de nuestra hermandad?

DON QUIJOTE.- Y también los placeres de la carne a los que con tanto frenesí os entregáis. ¿No estoy en lo cierto? ¡Decidme, cuadrilla de majaderos! Bien que lo he leído en los libros que me fueron requisados por temor a que este valeroso caballero que os habla pudiera caer en esas bajezas a las que vos os sometéis. ¡Llevadme ante la presencia de esa Gran  Bruja que ya sabré yo cómo complacer sus deseos! ¿Dónde está? ¡Decídmelo!

DANZANTE.- ¡No os permito que habléis en ese tono del gran poder de nuestra Gran Bruja! Pero no lejos de aquí se halla, esperando a que comience el rito. Vos mismo podréis verla si os place doblar el pescuezo.

DON QUIJOTE.- ¿No pretenderéis decirme que aquella dama que allí asoma es vuestra Gran Bruja? Insultar de tal manera a la sin par Dulcinea del Toboso me parece tan soez y de baja canalla que sólo puede salir de la boca de bellacos como vos. ¡Así que andaos con cuidado de lo que decís y de quién se trata!

DANZANTE.- Si algún majadero anda suelto por aquí, no es otro que vuestra merced, caballero de pacotilla. Nosotros no conocemos a esa belleza que os trastorna la mente y os hace perder el juicio. ¡Dejadnos proseguir nuestro camino porque de lo contrario os las tendréis que ver con los espíritus malignos que por aquí moran!

SANCHO.- ¡Deténgales sus intenciones, mi señor don Quijote, que no quiero que esas maléficas me saquen los higadillos! Antes prefiero ser pasto de lobos hambrunos que plato exquisito de puteríos satánicos y brujeriles. Yo no he aceptado ser carne de picadillo para sus apetencias y sus juegos, han sido ellos quienes me han embarazado a este sacrificio prometiéndome un trono en su reino y no sé cuantas salvaguardas y gozos para el resto de mi existencia.       

DANZANTE.- Miente este bellaco, pues complaciente se ha ofrecido al oír que los placeres de la carne eran plato único de sus días. De seguida se apuntó a participar en tan gustoso festín.

SANCHO.- Malhaya mi mal entender, pues confusión tuve al considerar que se trataba de carne magra y no de las apetencias de la carne.    

DON QUIJOTE.- Desfecho el entuerto, ruego a vos que soltéis a mi escudero y sigáis disfrutando de vuestros festines y de vuestros aquelarres, pues cada cual hace de su capa un sayo si su deseo se lo permite. Pero como mi amigo y fiel escudero Sancho ha rectificado en su intención, cada cual a lo suyo y dejen el camino despejado para no entrometernos los unos con los otros, que ancha es la explanada.

 

NARRADOR. Decía esto con tanto brío y denuedo que dio por echo que desistirían de su empeño. Más viendo don Quijote que aquellas gentes no tenían intención alguna de liberar a Sancho, ciñéndose bien la protección y la celada, alzó la lanza a dos manos y le faltó tiempo para arremeter contra ellos. Viendo las intenciones del de la Triste Figura, el séquito se separó para no verse maltrechos. El del cabestro siguió tirando del jumento mientras otro le iba pinchando para que cogiese el trote. Los otros tres se fueron hacia don Quijote con intención de parar sus acometidas, pero no conseguían doblegar el coraje esgrimido. El ímpetu acabó derribando a uno de los desalmados, lo que hizo desarbolar su furia. Los otros dos corrieron despavoridos al encuentro de sus compañeros que llevaban al rucio al trotecillo hacia las aguas de la laguna. (Trotes y relinchos)

Dioles persecución don Quijote, a los gritos de su escudero, (se oyen gritos y quejidos) e hizo que los cuatro desalmados volvieran a juntarse para hacer frente común.

 

 

DON QUIJOTE.- ¡Mirad bien lo que hacéis y no le toquéis si no queréis dejar la vida en pago de vuestro atrevimiento, malandrines! Os haré picadillo y se lo entregaré a vuestra pendenciera bruja. ¡Deteneos si ambicionáis vuestras vidas en una noche tan plácida como ésta! ¡Deteneos o no respondo de mis actos!

 

NARRADOR. Como nada parecía obedecer las advertencias de don Quijote, fue tanta la celeridad que imprimió a su caballo (relinchos)  que ante el temor de tajarles la cabeza con su espada soltaron al rucio con Sancho a sus lomos y corrieron a resguardarse entre los matojos de la orilla de la laguna. Aún tuvo tiempo don Quijote de llevarse por delante al que había quedado más rezagado pero queriendo hacer lo propio con los demás no calculó el empuje de su rocín y acabó precipitándose en las aguas. El ciemo le jugó una mala pasada y la estabilidad del jinete y de la montura dieron con sus cuerpos en el agua. Creyó morir ahogado pues al intentar incorporarse volvía a resbalar una y otra vez. Lo propio le sucedía a Rocinante, que relinchaba sin cesar viendo que todos sus intentos por salir a la superficie resultaban infructuosos.

Desde la orilla reían sin parar los malhechores al ver la situación  comprometida en la que se encontraban amo y escudero, pues si difícil lo tenía el uno no lo pasaba mejor el otro. A Sancho se le había corrido la cincha que le sujetaba por el pecho y tan solo se aguantaba en su rucio por los pies atados al cuello. Al desprenderse, su cuerpo dio con el suelo y fue arrastrado por su jumento que no paraba de tirar chospos (7) (relinchos) campo a través 

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