QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

 

magullándose las espaldas y coscorroneándose la cabeza. De nada sirvieron esta vez ni los gritos de dolor  ni el llamar a su señor don Quijote (quejidos y gritos) para que le librara de semejante suplicio. Ni tampoco los juramentos que le lanzaba al que instantes antes le pareciera un asno dócil. (Palabrería para contener y sosegar al animal)

Su amo seguía con parecidas penurias. A las dificultades de salir a flote de las aguas le llovió una gran pedrada que repicó por todo el cuerpo. Ni siquiera le sirvió parapetarse tras su rocín, llegaban cantazos de todos los puntos envueltos en sonoras carcajadas. (Se oyen voces, risas, carcajadas, insultos, etc.) No consistió sólo en eso, pues para mofarse de su desdicha, le alargaban un junco para que se agarrara a él y pudiera salvarse. Cierto era que el desprecio que sentía don Quijote era mucho mayor y sólo gritaba con ensartarles a todos con su lanza y cortarles después la cabeza para pasto de los lobos o de su dueña, la Gran Bruja. (Se escuchan juramentos)

No cesaron aquí las fechorías, pues cansados de maltratarles a amo y caballo no tuvieron remordimiento alguno y fuéronse en busca de la Gran Bruja que apareció ante los atónitos ojos de don Quijote. Al verla no pudo dejar escapar un suspiro de alivio y de impotencia.

 

DON QUIJOTE- ¡No hay Dios que pueda parar el rencor que guardo en mis entrañas! Tened por seguro, cuadrilla de malandrines, que pagaréis con la muerte todo cuanto mal nos estáis causando a mi escudero y a mí. Y todavía se acrecentará mucho más si tenéis la osadía de tocarle un pelo a mi señora Dulcinea del Toboso, la más fermosa de cuantas damas viven bajo el orbe celestial.

DANZANTE.- Advertidos quedamos y advertido queda vuestra merced de lo que vaya a suceder y sus ojos puedan presenciar. Todo sea según la decisión de nuestra Gran Bruja…, si su amado don Quijote se lo permite.

 

NARRADOR. Hacía intentos desesperados don Quijote por salir de tan embarazosa situación pero el fondo resbaladizo de la laguna cada vez le dejaba menos opciones para mantenerse firme. No le quedó más remedio que ser testigo de lo que aquellas gentes se propusieran llevar a cabo.

La escena exasperó todavía más al caballero andante. Los hombres se fueron acercando a la Gran Bruja mediante un rito de adulación y alabanza.  Se arrodillaban, levantaban los brazos y volvían a bajarlos tocando con sus manos el suelo en señal de reverencia. Volvían a elevarlos y a extenderlos hasta tocar el cuerpo de la Gran Bruja que se dejaba acariciar hasta entrar en éxtasis. En tal estado de excitación, el grupo se fundía sobre ella y daba rienda suelta a sus lujurias.

De improviso, la espantada de unos cuervos que salieron de algún árbol paralizó la escena. (revoloteos de aves)  Al verlos salieron despavoridos campo a través hasta que los ojos de don Quijote perdiéronles de vista. Quedó ensimismado en su pensamiento, y liberado de la tortura volvió a intentar salir de aquel atolladero. Pero tropezó en las mismas dificultades. Dióse por vencido y en vista de las adversidades sólo le quedó como última alternativa requerir la ayuda de su escudero. Mas viendo que éste no resoplaba por ninguna parte elevó la voz y le llamó por ver si obtenía alguna respuesta.

 

DON QUIJOTE. Mi buen amigo Sancho, ¿acaso puedes oírme? De tal suerte, acude presto en auxilio de tu señor don Quijote que se encuentra baldado en medio de estas fangosas aguas.

 

NARRADOR. Para entonces Sancho había conseguido desembarazarse de las ataduras que le mantenían unido a su rucio. Distinto era que pudiera levantarse del suelo tan molido como tenía el cuerpo. A duras penas consiguió enderezar el espinazo pero sentía todo el cuerpo magullado de los golpes dados contra el suelo. Le brotaba sangre de la cabeza y tenía rasguños por la cara y en los hombros. Las posaderas tampoco se salvaron de las magulladuras. Mas nada era comparable con el estado que presentaban sus manos al intentar proteger el resto de su cuerpo.

Acudió renqueante al requerimiento de su amo con el cuerpo totalmente tullido. Cuando estuvo ante él, don Quijote dio gracias a Dios por hallarse a salvo, pues dudaba que aquellos hijos de la Gran Bruja no hubieran sido capaces de cumplir sus amenazas.

 

DON QUIJOTE.- ¡Sancho, gran amigo, no sabes cuánto celebro verte en este estado!

SANCHO.- (Lastimero)Míreme con buenos ojos, mi señor don Quijote,  porque no creo que lo tullido de mi cuerpo sea motivo de celebración. Dudo que me quede algún hueso sano que no tenga que bizmármelo con tablillas. He allanado todos cuantos terrones he encontrado por el camino. Llevo más coscorrones en mi cuerpo que un campo sembrado tras una granizada.

DON QUIJOTE- Escucha Sancho, no puedo moverme de donde me encuentro ni tampoco Rocinante. Habrás de ingeniártelas para sacarnos de aquí.

 

NARRADOR. Diose Sancho un golpecito en la cabeza para cavilar la manera de sacarles de las aguas. Sabiendo que tendría que hacer más uso de la maña que de la fuerza pidió a su señor que le alcanzara la lanza. Bastaron tres intentos para hacerse con ella y dos para conseguir los cabestros del rocín, los cuales ató a una de las patas traseras de su jumento. Mandó a su señor que se agarrase lo más fuerte posible a la cola del caballo y una vez estuvo todo a merced sacudió un vardascazo al rucio para que tirase de la carga. No hubo suerte al primer intento, mas la segunda envestida fue de mayor envergadura y aunque pareciole al principio que resultase imposible, un esfuerzo de mucho mérito acabó con caballo y jinete en tierra firme. Acto seguido quitose la armadura y palpose todo el cuerpo en busca de alguna parte que no tuviera dolorida. Estaba totalmente empapado. Despojose  por entero de sus ropas y extrajo de la alforja otra muda, por fortuna al caer al agua su rocín apenas se habían mojado los lomos.     

Don Quijote era un esperpento. El fango en su rostro producía una sensación de espanto. A pesar del dolor intentó mantenerse firme pero sobre todo amenazante con aquellos malhechores.

 

DON QUIJOTE.- Esos malhechores, brujos conversos de mala reputación, se las verán conmigo. Vive Dios que tarde o temprano volveremos a encontrarnos y mi espada hará fiel justicia. Que el destino nos depare que llegue pronto el momento.

SANCHO.- Sigue encabritado vuestra merced con la creencia de que estas gentes son brujos. Yerra, mi señor don Quijote en tales apreciaciones. No hay brujos ni hechiceros que valgan. Lo ocurrido ha sido obra de los pastores con los que nos hemos topado esta noche, que después de cebarnos como a gorrinos y de tenernos como huéspedes nos las han hecho pagar bien caras.

DON QUIJOTE.- ¡No digas necedades, Sancho!  Estás empecinado en culpar a unos bondadosos pastores de toda esta aventura. Pongo la mano en el fuego de que todo lo ocurrido ha sido providencia de espíritus malignos.

SANCHO.- Sepa vuestra merced que los capotes que portaban eran los mismos que llevaban puestos cuando llegaron a la taina y que las teas eran primas  hermanas de las que tenían para alimentar la fogata. Bien es verdad que me vendaron los ojos y me amenazaron con degollarme vivo, pero por el olor y el cuchicheo se me hace que eran los mismos.

DON QUIJOTE.- Me temo que no sabes discernir entre la realidad y los espíritus malignos. Su brujería ha hecho mella en mi señora Dulcinea que ha visto cómo esas gentes la convertían a sus creencias y se ha ido con ellos.

SANCHO.- A mí se me hace que la que vuestra merced dice ser su señora Dulcinea no era otra que la pastora que en la cena presagiaba que la noche se mostraba propicia para las apariciones.

DON QUIJOTE.- ¡Traicionas mis sentimientos al confundir a una pastora con mi singular Dulcinea, la mujer de más fermosura que jamás haya existido! Sea como fuere, mi buen Sancho, lo sucedido aquí es una aventura más a la que estamos sometidos de continuo los caballeros andantes.

SANCHO.- Y los escuderos, que también sufrimos las consecuencias.

 

NARRADOR. Despuntaba el alba cuando amo y escudero enfilaron de nuevo el camino. Don Quijote permanecía taciturno y pensativo. Sancho despejaba dudas sobre el tiempo que le quedaría aún para gobernar la promesa que su señor le tenía encomendada. Su insula Barataria.   

 

 

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(1)  Cencerro grande.

(2)  Cencerro pequeño en forma de campana.

(3) Amenazar con llevar a cabo los propósitos.

(4) Despotricar, hablar sin consideración ni reparo.

(5) Pedro Martínez de Osma (muerto el 16 de abril de 1480). Gran teólogo y profesor de Teología en la Universidad de Salamanca. Amigo y maestro de Antonio de Lebrija. Fue el precursor por llevar a imprenta sus obras escritas. De él dijo Menéndez Pelayo que fue el primero por su erudición en todo género de doctrinas. Entre sus obras destacan Comentaria, sus Tractatus y De Confessione, ejemplares que posteriormente serían enviados a la hoguera. Fue desterrado durante un año a Alba de Tormes (Salamanca).

Uno de sus sobrinos, Juan Ruy Peiret, vivió efectivamente en el pueblo y a la muerte de su tío, Pedro Martínez de Osma, éste le dejó en herencia 2.000 maravedís. 

(6) Entresueños, ronquidos suaves.

(7) Escaparse, desaparecer repentinamente.

 

 

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