QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Cofradía de Hermanos de la Veracruz

 

Insignias e imagen subastadas para la procesión

 

Que nos conste, la única cofradía de carácter religioso conocida en Quintanilla de Tres Barrios, ha sido la de la Vera Cruz. Disponemos de pocos datos precisos para conocer el funcionamiento interno de la misma, ni tan siquiera conocemos sus estatutos, aunque se pueda intuir su finalidad. Tenemos constancia de algunos requisitos que tenían que cumplir los Hermanos que formaban parte de ella, conocida con el nombre de Cofradía de Hermanos de la Veracruz.

Hasta no disponer de información fehaciente de los estatutos, si los hubo, nos basaremos en los datos recabados a través del libro de la Cofradía y de la recapitulación oral para dar a conocer el contenido, la función y la finalidad de esta asociación u organización que tenía como objetivo administrar los bienes, velar por sus intereses, hacerse cargo de todo lo concerniente a la dotación y mantenimiento de la Ermita y la Iglesia, organizar determinadas tareas para el correcto funcionamiento de los actos eclesiásticos y la buena relación con su jerarquía.

Es de suponer que esta Cofradía sería fundada siglos atrás, aunque no podemos precisar su antigüedad. De entonces a la actualidad, vigente pero sin apenas actividad, organización ni obligaciones semejantes a las de su fundación, la Cofradía ha sufrido variaciones en sus acometidos. Se ha perdido casi por completo la esencia para la que fue creada por los cambios sustanciales de la gente, por la pérdida de los valores religiosos y por los contrastes de las necesidades particulares, lo que la ha llevado a la inanición como otros muchos modelos de asociación agrícola, ganadera, social, etc.

En cualquier caso resulta evidente que la Cofradía fue una necesidad fundamentada en la concordia y en la cooperación de las gentes del pueblo para hacer más factible y cívica la vida en sociedad y porqué no, por devoción hacia sus santos y patronos como iconos de su protección. El ingreso en la Cofradía de Hermanos acontecía cuando la persona cumplía los seis años o cuando llegaba al pueblo para vivir temporal o definitivamente en él. Ello suponía tener unos derechos y unas obligaciones de ineludible cumplimiento en el caso de los mayores de edad. Como se hacía especificar en el nombre de la cofradía, sus integrantes pasaban a denominarse hermanos, por el cual se les conocía a sus miembros más que por el de cofrades, cuya mención recaía en exclusiva en los cargos. Quizá existiera, pero no tenemos constancia de que en alguno de los actos religiosos ligados a su fundación algunos hermanos cambiaran su papel por el de cofrades y si así fuere lo más probable es que fuera en el escenario de la Semana Santa. Queda por considerar tal posibilidad. Formaban parte tanto hombres como mujeres, si bien éstas no tenían representación en los órganos directivos ni tampoco obligaciones de realizar trabajos. Desde que tenemos constancia, el ingreso suponía un pago de tres pesetas por formar parte; a partir de 1975 se pasó a seis pesetas.

 

Los representantes de la Cofradía eran el Alcalde-Presidente, Teniente, Mayordomo viejo y Mayordomo joven y el Alguacil, cargos que se renovaba anualmente. Lo mismo ocurría con los campaneros y los enterradores que en número de cuatro prestaban su servicio. El Alcalde-Presidente solía recaer en una persona mayor y tenía poder decisivo para hacer cumplir las normas y ejecutarlas. Como testimonio de su jerarquía, en los actos religiosos llevaba una pequeña cruz como insignia de distinción de sus funciones. La junta ordinaria tenía lugar cada año en la tarde del Domingo de Resurrección en la que se reunían obligatoriamente todos los hermanos para tratar temas concernientes a la organización. En la asamblea se levantaba Acta y se exponían todas las cuestiones pertinentes: nombramiento de los nuevos representantes, incluidos campaneros y enterradores, entrada de nuevos hermanos a la Cofradía, remate de banzos e insignias, hermanos castigados e importe, lectura de cuentas desglosada por partidas, etc., etc.  

Los campaneros tenían a su cargo tocar las campanas en fiestas y solemnidades. Los enterradores abrir el foso en el que sería enterrada la persona fallecida, meterla y cerrarlo posteriormente. Para estos cargos se mezclaban personas jóvenes con mayores.

Los remates de banzos e insignias recaían en el  pendón, la Cruz, el Estandarte nuevo y el viejo (se pagaba menos por él), el Santo Cristo, y el Palio. Cada cual daba o pujaba por ellos y gozaba de propiedad para llevarlos en las procesiones durante todo el año. 

El palio o baldaquino, ya en desuso, era un dosel (especie de toldo) que sostenido por varales se utilizaba en las procesiones para resguardar al sacerdote que llevaba el Santísimo Sacramento, reliquias o imágenes. Solía estar bordado ricamente en sus caídas (bambalinas), así como en el techo.

También se procedía a la lectura de las cuentas, ingresos y gastos por diferentes conceptos. Así en el período de 1947-48 arrojaba el siguiente balance:

                            

 Machones y alfanjías Ermita, 122,50  ptas.     De remates insignias, 71,50 ptas

 Seis velas de 100 gramos, 30 ptas                De remate de banzos, 314 ptas

 1,10 mtrs. de  tela metálica, 14,60                De limosna a las andas, 9 ptas

 12 velas a 3,75 ptas, 45 ptas

 Un saco yeso, 8 ptas.                                   Ingresos: 707,40 (ant. 312,90)

 3 ½ cántara vino, 22,50 ptas                        Gastos: 292, 60

 ½ litro anís, 5 ptas                                       Diferencia: 414, 80

 7 velas para tinieblas, 35 ptas.

 1 kilo de puntas, 10 ptas

 

Por lo general gastos e ingresos solían ser mayores. En el caso de los ingresos había donaciones y limosnas más cuantiosas, lo mismo que por remates. En los remates de banzos se especificaba, lo mismo que se sigue haciendo, el día de la conmemoración, el santo o Virgen y la cantidad recaudada. Lo mismo ocurría el Domingo de Resurrección por quitar el manto a la Virgen.

Disponemos de algunos datos de interés por pagos realizados en arreglos o compras. Así en 1951 se reparó la Ermita por 1.494,50 pesetas. En 1952 se compró un pendón, que se pagó por él y por portes 1.312 pesetas. En este año se anota “queda por cobrar trigo de Mariano Carro y de Brígida Peñalba para 1953 (220 pesetas)”. En 1956 se pagó por un altar y peana, quizá del año anterior, 2.084 pesetas. Ese mismo año se instaló la luz en la iglesia y se pagó por ello 876,50 pesetas. En 1960 se entregó al Ayuntamiento para arreglar la Ermita, 4.800 pesetas; y 600 al cura para vestido de la Virgen. En 1963 se pagaron 1.600 pesetas por reparar una campana y 800 por una capa para la iglesia. En 1964 se pagaron 2.535 pesetas por una imagen y sus portes.

En esta reunión, una vez expuestos los temas a tratar, se procedía a rezar por los difuntos del pueblo fallecidos durante el último año, momento de cierta emoción que antecedía a la merienda que tenía lugar a continuación y que cerraba el acto. A la merienda no era obligatorio asistir, podía participar quien quisiera, el vino, como queda dicho, corría a cargo  del Ayuntamiento.

 

Ermita y cementerio, objetivos de la Cofradía

 

Otro de los actos en los que la Cofradía tenía cierto protagonismo era el día de la Cruz, el 3 de mayo. En este día, después de misa los congregados se dirigían a los aledaños del pueblo, al paraje conocido como la Cruz, donde se desplazaba el séquito en solemne procesión, cantando y rezando, y una vez en el lugar de destino se colocaban cuatro velas hechas de cera de cuarterón en cada uno de los cuatro lados del madero escuadrado de la cruz. Una vez bendecido se regresaba de nuevo al pueblo, acto que sigue vigente en la actualidad.  

Los hermanos estaban obligados a asistir a todas las misas de difuntos, son pena de “una multa o responsabilidad por la no asistencia” a no ser por una causa justificada. Además “en el caso de persona adulta o párvula se ha de conducir el cadáver para celebrar las exequias u oficios al templo o iglesia parroquial”. Una de estas misas tenía lugar el día 2 de noviembre, al día siguiente de la fiesta de Todos los Santos. Otra era la misa de fin de año, en la que la concelebración llevaba aparejado cierto boato, tal era el del sermón oficiado, igual que acontecía en la fiesta principal del pueblo. En todas las misas celebradas por los difuntos, ya fuera por muerte o por celebración se repartía a todos los hermanos una vela. En el caso de fallecimientos la vela se repartía y encendía en la puerta de la casa del difunto y se llevaba durante el funeral; en el resto de misas de difuntos la vela se entregaba en la puerta de la iglesia. La persona que se encargaba de entregar las velas era el alguacil de la Cofradía, el mismo que avisaba al vecindario del día y la hora de la misa del difunto.  

La Cofradía sigue vigente pero ha perdido parte de su actividad. Algunas de las funciones para las que fue creada han desaparecido. La falta de fe y de necesidad ha ido en desuso. Ni siquiera el sentimiento de pertenencia a una asociación religiosa posee la firmeza suficiente para ser considerada nexo de necesidad. Se ha perdido el concepto de ayuda compartida y de organización vecinal como organigrama social. Tampoco se posee el sentir religioso de otros tiempos para abrazar unas ideas creadas en un espacio de parquedades; no obstante ello no impide reflotarla y continuar con la labor fundamental que sigue siendo llevar a buen término todas las cuestiones pertinentes de temática religiosa, desde la gestión económica o administrativa hasta el mantenimiento material de los concernientes al patrimonio sacro del pueblo, pasando por lo meramente costumbrista o tradicional.

Antes de acabar este apartado habría que preguntarse el porqué del menosprecio hacia el género femenino en cuanto a cargos. La separación de sexos ha sido un factor muy presente en casi todos los ámbitos sociales en tiempos pasados. La drástica diferenciación entre hombres y mujeres ha estado presente en casi todas las manifestaciones desde la niñez hasta la senectud. No hace falta traer a colación cómo, dónde y cuándo. En el capítulo que nos atañe, una cofradía religiosa no acepta en sus órganos su presencia, ello significa el rechazo de su persona a ser considerada no sólo miembro igualitario. No cuentan para englobarlas en ninguna organización y prueba evidente de ello es que en el supuesto de vecindad, la condición de viuda implica ser sólo medio vecino. Bajo esta consideración, la mujer ha venido siendo un condicionante social marginal que no se ha tenido en cuenta para ser integrada en una sociedad de marcado carácter dominante. El contraste sexual hizo distinciones profundas entre mujeres y hombres hasta el extremo de separar por expresa voluntad el poder estar presente o representada en órganos sociales de la vida cotidiana. La presencia en la iglesia es un hecho evidente de esa separación.