QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

La tanguilla

 

 La tanguilla perdura como juego tradicional

 

Es uno de los juegos más populares que en nuestro pueblo se ha venido practicando desde tiempos inmemoriales. Un juego perenne que apenas ha sufrido variaciones. Junto a la Calva y los Bolos se han arraigado de tal manera que nunca han perdido su condición de favoritos. No en todos los sitios este juego es conocido con este nombre, sino como tuta o tanga. Según el diccionario, tanga procede de tango, chito y es “un juego en que se tira con chapas o tejos a una piedra con monedas que se pone levantada en tierra, chito”.

Los tres juegos citados eran practicados por chicos, mozos y hombres casados; mozas y mujeres, los bolos. Juegos que nos resultan tan familiares que casi todos conocemos sus normas y sus reglas.

Cierta información sobre este juego nos dice que se practicaba ya en tiempo de los romanos y que su nombre procede del verbo “tangere”, que significa “tocar”. 

El juego está compuesto por la tanguilla y los tejos. La tanguilla es un pedazo de hierro hueco de unos diez o doce centímetros de alto y dos o tres de diámetro. En sus inicios, la tanguilla era de madera, actualmente aún se sigue viendo alguna, y los tejos de piedra cuando el hierro era un material que no se hallaba fácilmente. Hoy en día los tejos son discos de metal de unos diez centímetros de diámetro y de un centímetro más o menos de grosor.

Las monedas son el tercer elemento necesario para el juego. Antiguamente se jugaba con perras chicas o gordas, reales, realillos, y alguna otra de semejante característica. En el pueblo, los chicos solíamos jugar también con los famosos palepes. Las monedas se colocan sobre la tanguilla y la cantidad se acuerda de antemano al inicio del juego. “¿Cuánto ponemos?”, se decía. “Un real chico, ¿os parece bien?” Ante el acuerdo unánime se iniciaba la partida.

No hay un número determinado de jugadores y para dilucidar el orden de tirada lo que se hace es lanzar el tejo desde una línea a otra marcada con una raya donde está la tanguilla tumbada. Quien deje el tejo más cerca de la raya será el primero en lanzar. Cuando se lanza el tejo, allá donde caiga se levanta sobre la parte anterior y se le hace una marcación. Cada cual sabrá cual es la suya y detrás de quien le toca tirar.

A partir de aquí comienza el juego. Antes se habrá establecido la distancia de tiro. Normalmente suelen ser veintiún pasos. Acto seguido cada uno de los participantes pondrá el dinero acordado, y cuando está todo se coloca encima de la tanguilla. Tira el primer jugador para intentar derribarla y llevarse el dinero.

Dispondrá de dos oportunidades para conseguirlo en cada uno de los lanzamientos. Si con el primer tejo no lo logra, lanzará el segundo. En el supuesto de que con el primer tejo o tango dé a la tanguilla, depende de cómo hayan quedado las monedas se llevará todo, parte o nada. Las monedas tienen que quedar más cerca del tejo que de la tanguilla. Si es así será suyo. De lo contrario puede ocurrir lo siguiente. Si ha lanzado los dos tejos, no le queda ya otra opción. Si no se lo ha llevado todo se vuelve a pingar la tanguilla con lo que quede. Si se lo ha llevado todo, se vuelve a poner dinero. Si la ha tirado con el primer tejo y no se lo ha llevado todo, tiene opción de lanzar el segundo, a poder ser con más precisión. Es lo que se llama “tirar a dejar”, es decir, calcular que el tejo quede al lado de las monedas, que muchas veces están tan esparcidas que resulta difícil llevárselas todas. Para ello el jugador se acerca a mirar cómo están y a recoger las que haya ganado.

No siempre la recompensa fue dinero, o sea monedas. Las dificultades de poder disponer de unas perras chicas o gordas hicieron que este popular juego tuviese como premio los famosos palepes, como queda dicho en otro apartado. 

A este modo de “tirar a dejar” se le llama comúnmente, “rastrear” el tejo, es decir bajar la mano lo más cerca del suelo y calcular con precisión el lanzamiento. El tejo irá suavemente rozando el suelo desde que sale de la mano. Hay dos opciones, tirar a dar la tanguilla para alejarla del dinero, o tirar a dejar el tejo junto al dinero. A veces, según las dificultades existentes para hacerse con el dinero, lo que se hace no es tirar rastrera sino todo lo contrario, tirar por lo alto lo más fuerte posible calculando el golpe pleno sobre la propia tanguilla. A este tipo de lanzamiento le solemos llamar por aquí “tirar a machote”. Estas son, pues, las dos maneras que existen de lanzar el tejo y los nombres con que las conocemos en el pueblo. Cuando la tanguilla está en el suelo lo que se pretende hacer es “tirar a levantarla”. Hay que decir que si se tiran las monedas sin tocar a la tanguilla o sin que caiga, no es válido.

A continuación tira el siguiente jugador para intentar hacer lo propio. Si por ejemplo en la tirada anterior el jugador se ha llevado parte del dinero, depende de lo que acuerde se opta por poner de nuevo o no. Es una decisión conjunta. Se entiende que cuando un jugador ha tirado la tanguilla y se ha llevado todo, parte o nada, ésta se vuelve a poner levantada y sobre ella el montante del dinero. En el supuesto de que se trate de una competición con entrega de trofeos no se tiene en cuenta las monedas, la finalidad es tirar la tanguilla y apuntarse el tanto. Aquí el ganador será el que más veces la haya dado de entre el número de tiradas acordadas de antemano.

En cuanto a la forma de tirar, se lanza el tejo desde detrás de la raya establecida sin rebasarla.  Para ello se adelanta el pie izquierdo hasta tocar la raya y con el cuerpo quieto y un poco inclinado hacia delante se coloca el tejo en la mano derecha y se impulsa con fuerza haciendo un leve movimiento giratorio de muñeca.  A algunos jugadores les gusta concentrarse, guiñar un ojo y dar un par de pasos desde atrás antes de lanzar el tejo. Son tácticas o maneras asimiladas que siempre han dado su resultado. En cualquier caso a los buenos tiradores estas cosas les traían sin cuidado. El pulso es lo que cuenta. Y en Quintanilla ha habido y hay buenos jugadores de tanguilla formados desde la base, aunque a todos no se nos diera igual de bien tumbarla. A veces lanzábamos los tejos a la tanguilla al objetivo e iban a caer a cualquier sitio menos sobre el objetivo.   

 

Pelota a mano

 

 

 

Hablar de pelota a mano es rememorar viejos tiempos en que los mozos se entregaban en cuerpo y alma los domingos y festivos por la tarde. Era uno de los entretenimientos favoritos junto a la calva y la tanguilla, los hombres, y los bolos y las cartas, las mujeres. Chicos, mozos y hombres, casados o no, participaban en el juego ya fuera en equipo o individualmente. Los chicos, a falta de un juegopelota donde practicar por estar ocupado el “oficial”, aprovechábamos cualquier pared para irnos adiestrando y  dar así el salto a la categoría inmediata. Una de las paredes mejor adecuada era la de la iglesia, pero podía ocurrir que casualmente pasara por allí el cura y aparte de quitarnos la pelota se lo dijera al maestro, como ocurría, y nos pasáramos la semana purgándolas.

Lo normal era que la partida se jugase por parejas, dos contra dos, y que fuera a 21 tantos. En caso de desempate solía ampliarse a 25. No había demasiadas reglas para la práctica de la pelota a mano. Las típicas faltas por no haberla devuelto al primer bote o porque pegase en la pared por debajo de la raya (o falta) marcada. Evidentemente si el saque no salía más allá de la línea marcada o si se pisaba la raya, también era motivo de falta y pérdida del tanto. Y por supuesto si en cualquier momento del lance botaba fuera de la línea de demarcación del campo de juego.

Algunas expresiones típicas de la pelota a mano en Quintanilla era “echarla ratera”, cuando se quería devolverla baja y ajustada a la raya para que resultara más difícil recogerla; o darla “a voleo”, expresión ésta más familiar, que consiste en recogerla por lo alto y con mucho ímpetu lanzarla contra la pared. Eran trucos que los jugadores utilizaban como buenos dominadores del juego y que hacían suyas las pericias o las picardías para demostrar su sapiencia. Había quienes se excedían en su afán de rematar el tanto con tanta destreza, que por querer “dejarla seca” agachaba tanto la mano a ras del suelo que se la pisaba y caía de cabeza. Cosas de la destreza que se torcían en cualquier lance.

Al principio de los tiempos las pelotas no se vendían en cualquier tienda, ni se encontraban fácilmente. Tampoco había dinero para comprarlas teniendo en cuenta que existían muchísimas otras necesidades por delante de este capricho. Así que lo normal era que aquellos que sentían gran pasión por el juego se las fabricaran ellos mismos. Yo creo que quien más quien menos nos llegamos a hacer nuestra correspondiente pelota. Para ello utilizábamos la imaginación y a partir de un objeto duro y un tanto redondeado íbamos dándole forma. Ese objeto duro podía ser un canto o piedra bien contundente, o un trozo de madera de un árbol duro. Después se iba forrando con trozos de goma, quizá cualquier suela nos servía, y trapo de lo mejor que se encontraba. Se apretaba todo lo más fuerte que se podía con cuerda dura y resistente y así poco a poco se le iba dando forma poniéndole más trapo y atándolo bien sujeto, acabando con un toque de buenas hechuras moldeada lo más redonda posible y aparentemente bien estructurada.

Hablar de este juego es mencionar un deporte esparcido por doquier y de modo especial por los pueblos rurales de media España para arriba. Raro es el pueblo donde no hay un frontón o “juegopelota”, como lo conocíamos en Quintanilla y otros muchos pueblos hasta que se construyó el frontón actual. El juegopelota que todos recordamos era una pared rudimentaria de adobe en no demasiadas buenas condiciones y un suelo con sus correspondientes baches y desniveles que hacía difícil la práctica de la pelota. Así que a veces esperabas el bote  en un sitio y se desviaba al otro, teniendo que hacer estiramientos de brazos de pulpo para devolverla.   

¡Cuántos grandes y buenos ratos no hemos vivido en el juegopelota! Casi todas las generaciones que hoy componemos la gente del pueblo hemos vivido momentos inolvidables, unos practicándolo y otros presenciándolo. Aquellas intensas partidas en las que a pesar del mal estado de la pared se llevaban a cabo tantos formidables que salían de las manos de buenos pelotaris como los que se forjaron en el pueblo. Hay que decir que hoy se ha perdido bastante afición por la pelota a mano, aunque no por ello deja de practicarse, en cierto modo sustituida por la paleta, la raqueta (frontenis) o el pádel.

  

 

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