QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

La chita

 

 

 

Hablamos de un juego muy practicado por las chicas desde una edad bastante temprana. En la actualidad ha desaparecido del pueblo porque las nubes volanderas se han llevado de un soplo a quienes lo practicaban. Queda cierta mención y algún intento esporádico por revivirlo, como el resto de los juegos desaparecidos, haciendo una apuesta por recuperar el conglomerado de ocio y divertimento de los juegos de antaño.

Según recoge el diccionario, la chita “es un juego que consiste en poner derecho una chita o taba en sitio determinado, y tirar a ella con tejos o piedras: el que la derriba gana dos tantos, y el que da más cerca, uno”. Hay diferentes modalidades y variantes en la manera de practicarlo y se le conoce con diversos nombres: rayuela (quizá el más popular), charranca, por otros lugares, tanganillo o chita, como le decíamos en el pueblo.  

Se trataba de un juego en el que podían participar cuantas niñas quisieran, pero competían de manera individual. Era uno de los fijos durante el tiempo de recreo escolar. Para empezar había que dibujar en el suelo un rectángulo con nueve compartimentos iguales (en otros lugares eran siete, los días de la semana), y el décimo o último en forma de semicírculo. El quinto compartimiento se distinguía del resto con un redondeo exterior. Para poder jugar a la chita era preciso un calderón, o lo que es lo mismo, un simple trozo de teja lisa que se había moldeado de forma redonda. El calderón era utilizado para otro tipo de juego, como veremos en la exposición de juegos practicados en el pueblo.

Una vez hecho el sorteo, para iniciar el juego la primera que sale seguirá unas normas. Primero lanzará el calderón al primer cuadrado y desde aquí irá a la pata coja hasta el quinto (el especial) rastreando con el pie el calderón sin que éste se salga del recuadro al que debe de ir, no quedar en la línea divisoria, en  la raya, ni tampoco pisarla. Si ello ocurría perdía el turno y volvía a comenzar cuando le tocase desde el rectángulo donde había empezado. El calderón era lanzado por la jugadora desde la raya de inicio al cuadrado que le fuera tocando en cada caso, siempre y cuando hubiese completado una partida entera sin cometer ningún error. De lo que se trataba era de llevar el calderón al círculo final y volverlo a traer de vuelta al inicio sin salirse del recuadro correspondiente. No recuerdo bien si la vuelta la hacían rastreando el calderón o con éste en la mano y saltando a la pata coja, y con los dos pies en los dobles, hasta el inicio.

El cuadro 5 era neutro para todas las jugadoras y en él se podía descansar, lo mismo que en el 10, el semicircular.

Cuando se terminaba un recorrido de ida y vuelta se continuaba con el siguiente recuadro y así hasta completar los 10 recorridos, comenzando cada una desde un cuadro distinto y correlativo. Al completar todo el recorrido se adjudicaba uno de los recuadros que estaban libres, pero nunca el 5 ni el 10. En el cuadro que pasaba a ser de su propiedad, la jugadora que lo había conseguido tenía la posibilidad de descansar en él en futuros recorridos y las demás jugadoras tenían que saltárselo y no podían caer en el citado cuadro los calderones del resto de las participantes, de ser así perderían el turno.

La ganadora era aquella que mayor número de cuadros conseguía y si el número era el mismo que el conseguido por otra de las participantes, resultaba ganadora la que tuviera el calderón en mejor posición al término del juego.

Un juego de tanta acción y movimiento no podía estar exento de alguna coplilla que se iba recitando a medida que la jugadora se movía por entre los cuadrados y las rayas que componían el damero de la chita. No eran exclusivos para la ocasión sino que eran parte del catálogo de estrofillas que se cantaban en otros juegos (por ejemplo, la comba). No obstante, algunos sí que se recitaban en el juego de la chita por ser más apropiados para la ocasión. En los dobles, creo recordar, daban un par o tres de vueltas y revueltas con esta entonación:

Ancas, carrancas, azules y blancas.

 

Era una manera de hacer más ameno y llamativo el juego porque sino resultaría un tanto monótono ir tirando el calderón o chita de un compartimiento a otro saltando recuadros sin decir ni pío. Probablemente este juego de la chita tenga más intríngulis que el aquí narrado, es cuestión de indagar sobre ello.

  

La gallina ciega

 

 

Otro de los juegos típicos que incluimos en el apartado de chicas porque, por lo general, eran ellas quienes más lo practicaban, aunque no quiere decir que los chicos no jugasen de vez en cuando, era éste de la gallina ciega. Quizá si fuese un juego exclusivo de chicos se le hubiera denominado “el gallo ciego” pero no es así, por lo cual el femenino impera en este caso y eran ellas quienes tenían la predominancia. Hay que decir que se trataba de un juego más bien infantil, destinado a niñas pequeñas. Seguramente habrá algún motivo del porqué del nombre pero no ignoramos su procedencia.

Se echaba en suerte para ver a quien le tocaba descubrir a los compañeros que participaban en el juego. A la agraciada se le tapaban los ojos con un pañuelo y para mofarse de ella se recitaba esta coplilla: “gallinita, gallinita, ¿qué se te ha perdido en el pajar? Una aguja y un dedal. Da tres vueltas y los  encontrarás”.

Elegían un lugar más o menos espacioso donde se pudieran mover cómodamente sin atropellamientos. Cuantas más participasen más difícil resultaría descubrirles. Cogidas de las manos formaban un círculo. La que tenía que descubrir se colocaba en el centro del círculo con los ojos vendados, se le daban unas vueltas para despistar y después tenía que hacer todo lo posible por atrapar a alguien y saber de quién se trataba. El resto de participantes en el juego harían lo posible para que no les cogiesen, se apartarían de ella, se agacharían y la esquivarían para ponerle más trabas y dificultades a su captura. Le darían pistas, le hablarían, le gritarían, le mentirían, le guiarían hacia un lado y otro pero mintiéndole. Le pondrían mil y una trabas para que no consiguiese su objetivo.  En el supuesto de que atrapase a una de ellas, como llevaba los ojos vendados tendría que ingeniárselas para descubrir quien es el jugador que había atrapado. Serviría cualquier artimaña para identificarlo: utilizar el tacto, provocarle cualquier toque para hacerle reír o hablar o cualquier otro ingenio que estuviese permitido. Del mismo modo, la jugadora que había sido atrapada podía cambiar la “identidad”, aunque una vez en su poder poco o nada podía hacer para despistarla.

Si conseguía identificarla, sería ésta quien tendría que parar a continuación, de lo contrario se vería obligada a seguir ella misma parando de nuevo. Y así sucesivamente.

El pintor Francisco de Goya inmortalizó este juego en un cuadro titulado precisamente La gallina ciega, si bien el cuadro se desarrolla en un ambiente de salón de la clase alta ya que era aquí donde se desarrollaba el juego. Nada que ver con quienes lo practicaban en el pueblo.

 

  

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