QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

El esquileo 

 

El esquileo (óleo de De la Rosa)

 

Mediado el mes de junio se esquilaban las ovejas. Este acaecimiento quedaba marcado en el calendario como uno de los más significativos por las connotaciones que tomaba el evento. Queda dicho que cualquier día excepcional que rompiera la rutina diaria y se caracterizara por un hecho diferencial al resto, se consideraba como típico y costumbrista. El esquileo era un acontecimiento tradicional porque reunía los requisitos necesarios como tal: la expectación, el ambiente, la escenografía, el trabajo diferente, la esencia en sí de unas jornadas que quedaban marcadas como singulares porque movían una masa social en un entorno febril. Un trabajo como éste requería mano de obra con ciertos conocimientos, no especializada pero al menos personas entendidas en la materia. Como el esquileo se llevaba a cabo en días concretos para todo el pueblo no quedaba apenas mano disponible para ayudarse simultáneamente. Por eso se contactaba con familiares y amistades de otros pueblos para contar con su colaboración. De aquí la especial consideración de este día que podía pasar perfectamente por la “fiesta del esquileo”.

Como mandaban los cánones, los esquiladores participantes y todo el séquito familiar que pudiera aportar su trabajo, para empezar bien la jornada nada mejor que tomarse la copa de aguardiente y las correspondientes pastas “marías” o del coco, que era lo que se estilaba. Acto seguido se desplazaban hasta el corral de las ovejas para iniciar la faena de “peluqueros” ovinos. Antiguamente el instrumento utilizado para esquilar las ovejas era la tijera, de aproximadamente unos veinte centímetros. Había verdaderos especialistas que cortaban la lana churra o merina con primicia, y en ello iban incluidos los detalles de los cortes de tijera sobre el lomo de la oveja. Antes de comenzar a esquilar se ataban -o trababan- las  cuatro patas del animal para que no se moviese. En el suelo y tripa arriba se le metía la tijera desde la parte baja del vientre en dirección al lomo. Esquilado un costado se procedía a hacer lo mismo con el otro hasta confluir en el espinazo. Los buenos esquiladores cortaban todo el vellón de lana en una sola pieza. El recorte de las patas o parte del cuello que no iba con el vellón se le llamaba añinos, que venía a ser la lana de peor calidad y que solía utilizarse para rellenar colchones o almohadillas.

Si en un descuido se le daba un tijeretazo a la carne del animal se echaba zotal en la herida para que sanase y no le picase la mosca. Uno de los animales más molestos y pegajosos que suelen tener las ovejas -aparte de las pulgas- son las caparras, nombre por el cual se conocía a las garrapatas en el pueblo, y las ladillas. La caparra es un parásito, ácaro de unos cuatro o cinco milímetros, que posee unas patas en forma de ventosa y se agarra fuertemente a la piel de la oveja chupándola la sangre. Cuando el esquilador observaba una de ellas sobre la piel de la oveja procedía a pegarla un tijeretazo, la manera más eficaz de exterminarla. 

En esta labor se podía pasar la gente del pueblo uno, dos o incluso tres días, dependiendo del número de cabezas que se tuviera y de la mano de obra disponible. Una vez listas todas las ovejas se las entregaban de nuevo al pastor. En aquellos días se las lavaba para quitarlas la suciedad acumulada en la piel durante el invierno. Se llevaba el rebaño a una poza u otro remanso de agua, o al arroyo. Entre dos personas cogían al animal, uno por las patas delanteras y el otro por las traseras y lo balanceaban sobre el agua para que se le quitase la tierra. Una vez lavadas quedaban listas para ser marcadas y empezgadas, tal y como se describe en el apartado dedicado al oficio de pastor. La lana seguiría todo un proceso tradicional antes de acabar siendo una prenda, o vendida al mejor postor de los compradores que hacían acto de presencia por el pueblo.