QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Pastores de ganado

 

Pastor de ovejas

 

                  Pastoreando por el campo (óleo de De la Rosa)                         

 

Según el Catastro del Marqués de la Ensenada, en el año 1752 había en el pueblo tres pastores profesionales los cuales ganaban una media de 550 reales de vellón al año. El número de cabezas de ganado era de 2.676 ovejas, lo que suponía el 81,40 por ciento del total de la ganadería.

El de pastor ha sido un oficio que se viene practicando desde tiempos antiquísimos. La vida pastoril y su entorno tuvieron una especial preponderancia y significado en el ámbito social y económico de los pueblos sorianos hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Hasta entonces la subsistencia familiar se centró en el cultivo de productos destinados al consumo humano y por extensión al del ganado. Cereales, forrajes y tubérculos fueron la base. En el pueblo, en la medida de lo posible, las familias procuraban criar al menos para su consumo unas gallinas y conejos, un cerdo, y algunas cabezas de ganado ovino o caprino.

Uno de los primeros oficios para catar las mieles del campo era el de pastor. Lo mismo daba que fuera chico o chica y que apenas tuviera ocho o diez años, muchos estaban predestinados a cuidar de las ovejas. Podía ser temporal o definitivo, dependía de las circunstancias familiares. Si se daba la ocasión, alguno de los miembros de la familia, por lo general el más joven a partir de los doce años, dejaba la escuela bastante antes de lo previsto para ir de pastor. Un pequeño atajo de ovejas quedaría a su cargo. Cuando las familias no podían destinar alguno de los hijos al cuidado de las ovejas, lo que se hacía era contratar a un pastor que a su vez podía llevar ovejas de varios amos o propietarios.

 

Ajustar al pastor

El día de San Pedro, 30 de junio, era por antonomasia el día en que se ajustaba al pastor por un período de tiempo de un año. Si las condiciones del ajuste no eran del agrado del pastor, se lo tenía que hacer saber a sus amos con la antelación suficiente para intentar acercar posturas y llegar a un acuerdo definitivo o bien buscarse otro pastor. Ese día se contaban las ovejas, se las marcaba o empezgaba, cada cual respondía por las suyas, y se entregaban las cuentas al pastor por parte de sus amos. La marca era la misma para todo el rebaño y consistía en un símbolo formado por un par de letras con cierta forma. Era el distintivo que se gravaba con pez caliente en el lomo del animal. Además cada uno de los propietarios conocía a sus ovejas por la muesca que llevaban en las orejas, en una o en las dos, hechas con tijera en el momento en que se las echaba al campo.

Para celebrar el evento, todos los propietarios de las ovejas se juntaban con el pastor y hacían una merienda en concordia. Al pastor se le solía pagar en especie, raramente en dinero en épocas remotas. En base al número de cabezas que llevaba de cada amo, el pastor recibía una determinada cantidad de fanegas de trigo y de otros cereales; lo mismo de patatas o de productos tanto para su sustento como para el de sus animales. También se le solía suministrar leña y por supuesto llevar a cabo ciertos trabajos relacionados con la recolección de cultivos del campo. Porque el pastor ni tenía días de permiso ni se podía ausentar del ganado durante todo el año a no ser que las inclemencias meteorológicas u otros motivos justificados se lo impidieran.

En Quintanilla se tenía la costumbre de obsequiar al pastor con productos de la matanza, se le invitaba a ésta o se le daba la comida, se le invitaba a las bodas habidas en las casas de sus amos, y el martes de carnaval también se le daba productos de la matanza.

 

El oficio de pastor

La vida errante del pastor fue considerada como uno de los oficios más duros. La trascendencia y las condiciones de vida asumidas por el pastor conllevaron el riesgo de enfrentarse al medio, al rigor intempestivo de las inclemencias y al peligro.

Desde que las ovejas dejaban de encerrarse en los corrales del pueblo, una vez que las corderas eran grandes, hecho que solía acontecer a principios de abril, el pastor salía de su casa al rayar el alba y regresaba a altas horas de la noche. Durante todo este tiempo las ovejas quedaban encerradas en los corrales del campo expuestas al riesgo. Así, día tras día durante ocho meses. Algunos días cerrando en corrales más próximos al pueblo y otros más alejados. Los corrales ubicados por el campo pertenecían a sus respectivos amos y en ellos podía encerrar el atajo o redil el pastor. 

Alrededor del pueblo solía acercarse cuando tenía que dar sal a las ovejas. Los salegares eran lugares establecidos estratégicamente donde se colocaban grandes losas o piedras sobre las cuales se ponía la sal para que los animales fueran chupándola. Al menos había tres salegares: El salegar de la Cruz de los Cojos, el del Corral de la Puente de la Yagua, y el de la Cruz de la Veleta. Tres o cuatro veces al año se las solía dar la sal.

 

Leonardo conduciendo el redil de ganado

 

Había ciertos días en que el pastor necesitaba la ayuda y colaboración de sus amos para cuidar de las ovejas. Eran los días de "entretrigos". Generalmente acaecía durante el mes de mayo. Antiguamente una de las normativas que tenían los pueblos era que en cuestión de siembra el término municipal se dividía en dos hojas u añadas. Los agricultores estaban obligados a sembrar alternativamente en una de ellas dejando en barbecho las tierras de la otra, y al año siguiente viceversa. Uno de los motivos era precisamente para que el ganado pudiese pastar libremente y para abonar el terreno.

De la misma manera, el pastor no podía entrar con su rebaño en la parte o añada que estaba sembrada bajo la multa correspondiente, función que quedaba a cargo del guarda forestal o de ganado.

El artículo 24 de las Ordenanzas municipales especificaba que “los ganados lanares no podrán introducirse en las fincas al disfrute de las rastrojeras como igualmente en las fincas sembradas de legumbres hasta que no lo acuerde el Ayuntamiento después de haber levantado el último fruto, pues únicamente se permite pastar a medida que lo permita el campo segado a las cabañas mayores de vacuno, mular, asnal de cerda, quedando sujetos al resarcimiento de daños causados, fijando la pena que se ha de imponer para cada clase de ganado la establecida mediante el artículo 611 del código penal reformado”.  

Así mismo el artículo 26 se pronunciaba de la siguiente manera: “Luego que se termine por completo las recolecciones de panes, legumbres y vendimias quedarán las fincas de aprovechamiento común para la ganadería lanar, renovándose los cotos que se amojonen por el Ayuntamiento para que aprobasen los pastos y hoja por más tiempo los ganados mayores de vida y vecinales de la ganadería lanar. Las penas que se han de imponer por las intrusiones de los ganados en la rastrojera y cotos serán con arreglo a las establecidas en el artículo 24”.

Pero para que la hierba del florido mayo no se perdiese, durante dos o tres días la Hermandad de Labradores y Ganaderos daba permiso para que las ovejas pudiesen pastar “entretrigos”. Como el peligro de carear los sembrados era mayor, el pastor requería más gente para ayudarle y el contingente de personas por parte de los amos era considerable. Días de especial recuerdo y consideración por el fenomenal ambiente que se respiraba. Anécdotas para plasmar en el recuerdo.

En los meses de verano, cuando las ovejas comenzaban a aturrarse, el horario del pastor sufría cierta modificación. Al rayar el alba ya soltaba las ovejas para que comiesen con la fresca y hacia las diez u once de la mañana el calor hacía mella en los animales y los volvía a encerrar. Regresaba a casa a comer y sobre las seis de la tarde volvía a soltarlas quizá hasta las doce o la una de la noche cuando las volvía a encerrar y regresaba a casa a dormir o dependiendo de la distancia en que se encontrase el corral, se quedaba a hacerlas compañía.

Así de dura y dependiente era la vida del pastor. El escaso contacto que mantenía con la familia era uno de sus pesares. Probablemente muchas veces llevase comida para todo el día, otros, por no decir la mayoría, o bien la mujer, los hijos o los hermanos se prestaban a llevarle la vianda allí por donde les decía que le encontrarían.                   

Días de eternidad que el acompañamiento de los otros pastores o de los agricultores en sus cotidianos trabajos de laboreo del campo mitigaron en parte el efecto de la soledad. Por eso, cuando a mediados del mes de diciembre las ovejas regresaban a casa porque empezaban a parir, el silencio no era tan abrumador ni los días tan interminables.

 

 

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