QUINTANILLA DE TRES BARRIOS

Enramada y luminaria de San Juan  

 

Luminaria

 

La bendición al santo estaba echada. Y la bendición no era otra que el alborozo mozariego que despertaban los sentimientos de amor platónico o real. La canción ya lo decía: “Ay San Juan, ay San Juan, hay que buena la vamos a armar”. Era una de esas fechas en que afloraban las buenas pretensiones, el acercamiento que normalmente no acaecía por la oposición con que en aquellos años se topaban las parejas.

Pero San Juan era un día de especial preponderancia por sus ritos profundos. La luminaria y el enramado de los mozos a las mozas del pueblo hicieron de este acontecimiento un motivo singular. Estamos en la estación del amor y San Juan culmina todas las pasiones. Tras la luminaria, en la que se iban consumiendo los deseos, quedaban las sensaciones. Que se cumplieran o no era cosa del destino.

La tradición mandaba que en la noche de san Juan los mozos de Quintanilla enramasen aquellas casas donde había mozas. Igual que pasaba con el mayo, los mozos se reunían para ir a cortar ramos de chopo con los que adornar ventanas y balcones. La corta o poda corría a cargo de todos ellos y los ramos se trasladaban a un lugar del pueblo desde donde se iban distribuyendo entre las casas de las mozas solteras. Se hacían grupos para repartirse el trabajo y sigilosamente se desplazaban por las calles hasta llegar a los lugares indicados. Si bien todos participaban con el mismo interés, es evidente que aquellos que tenían amoríos especiales se cuidaban de enramar la casa de su prometida o de la que esperaban un gesto de promesa. Por ello el pretendiente se esmeraba en engalanar la ventana, el balcón o el alero del tejado de una manera especial. En muchos casos a los ramos se les solían colocar unas guindas (si los guindales estaban en su punto), unas bolsitas de caramelos, o cualquier otro presente que “delatase” a quien se lo dedicaba.

 

Algo de razón tendría la estrofilla que decía:

                  En tu puerta planté un pino, / en tu ventana un cerezo

                  por cada guinda un abrazo, / por cada cereza un beso.

                                  

A los que no tenían los sentimientos amorosos a flor de piel ni siquiera intenciones tanto les daba ir a enramar a una u otra. Algunos habían sufrido tantos desengaños que pasaban de pretendientes. Así que cuando colocaban los ramos cantaban por lo bajito:

                  En tu puerta me cagué / pensando que me querías

                  pero como no me quieres, / coge la mierda que es mía.

           

A los padres les tenía sin cuidado que enramasen mejor o peor a sus hijas. Lo que les preocupaba realmente era que les destrozasen el tejado, motivo por el que si eran un poco ligeros de sueño se levantaban de la cama echando chispas al oír crujir las tejas y los mozos salían disparados. Porque de lo que se trataba era de que en la medida de lo posible nadie les viese ni les oyese. Lo cierto es que a la mañana siguiente las casas aparecían engalanadas y era motivo de comentario y admiración por parte del vecindario, transformadas por tanto colorido y verdor patente que encandilaban la vista. Un pueblo tan bello bajo el sol, tan verde sobre el adobe, tan diferente y original sobre la monotonía.

Aquel día de San Juan, mozos y mozas en conjunto o separados organizaban sus meriendas. Berros y chocolate las mozas, los mozos se mostraban más remilgos a estos deleites, preferían algo más sustancial. La jornada se cerraba con un baile o un jaleillo amenizado por ellos mismos hasta bien entrada la noche. Pero no podía faltar la luminaria junto a la plaza, alrededor de la cual se reunían chicos y grandes para observar el espectáculo. Era un día especial, comenzaba el verano, y el fulgor de las lenguas de fuego hacía brillar sus ojos y quizá más de cuatro sentimientos. La estación del amor había irrumpido y el calor ambiental daba alas a la esperanza de poder contraer los sueños anhelados. Porque a pesar de todo había una buena armonía, aunque por las mosterías ellos pretendieran lavarles la cara o el culo con uvas y ellas se desquitaran del agravio durante la matanza lavándoles la cara con el mondongo de las morcillas. De tal modo palpitaban los sentimientos.

 

Estado actual de la tradición: desaparecida